• La Hoya del Conejo nos pone a prueba

    El Autor

    Rigoberto López Honrubia

    Profesor de Psicología de la Salud en la Facultad de Enfermería

    Las rutas senderistas del psicólogo Rigoberto López y el dentista Manuel Martínez son una invitación a disfrutar de un ejercicio físico imprescindible para la salud.

    Hoy visitamos la Hoya del Conejo, un paraje sorprendente entre sierras, del Batan y Seca, rodeada de picos de relativa altura, entre 600 y 850 metros, pero que visitarlos supondrá un gran esfuerzo porque no hay sendas y se sube campo a través en pendientes prolongadas.

    Hoya del Conejo
    Fotografías: Manuel Martínez Vergara.

    El pico Donceles observa desde su atalaya el trapicheo en la Hoya. Los restos de árboles y ramas del último incendio dificultan la ascensión. Abundantes arroyos recogen las aguas y se nota que han estado activos últimamente. La vegetación mediterránea, empezando a proliferar pimpollos de pino y el colorido de las plantas bajas que la tamizan, abundan el amarillo, blanco y violeta.

    Vegetación

    Manu recoge algunos tallos y flores para su clasificación particular y me muestra alguna piedra volcánica. Los bolsillos de su mochila siempre van repletos con productos de la zona, huesos, piedras, plantas y flores, o cualquier cosa que llame su atención. Entre las plantas catalogadas hay nueve familias, el pino carrasco (pinus halepensis), enebro (juniperus oxicedrus), espino negro (rhamnus liciodes), madroño (arbutus unedo), lentisco (pistacia lentiscus), cornicabra (pistacia terebinto), jarilla (jaguarzo morisco), jara blanca (jaguarzo halimium), tomillo morisco (fumana), romero (rosmarinus oficinales), ajedrea (satureja) y morquera (obovata), tomillo (vulgaris), mejorana (mastichina), manzanilla (helichysum serotimun), ajenjo moruno (artemisia arborescens), y la uña de gato (sedun sediforme), entre otras. Algunas de estas son muy beneficiosas para estas tierras ya que crean y protegen el suelo tras los incendios como el madroño o las variedades de jara y tomillo. Como curiosidad la distinción en alguna familia observada en las hojas, compuesta en número par y perenne (lentisco) o número impar y caduca (cornicabra).

    Hoya del Conejo
    La Hoya del Conejo esconce una ruta sorprendente.

    Nos vamos turnando en el ir abriendo camino. Las cumbres terminaran igualándonos, él ya no es quisquilloso con las bajadas y a mí no me agotan tanto las subidas. Seguimos el camino forestal y en un momento dado nos orientamos a la izquierda y empezamos a subir arroyo arriba en busca de la cuerda por donde ir visitando algunos de los picos que conforman esta formidable fortaleza que protege la Hoya del Conejo.

    La ruta no es fácil

    La cosa empieza dura, se asciende rápido y hay maraña de madera quemada. Ando atento a las sensaciones de mi rodilla izquierda, que de momento no dice nada. Manu esconde una pequeña brecha en su cabeza con un autobordado tras una caída reciente.

    De vez en cuando oímos resoplidos, propios o ajenos. Si empezamos abrigados ya nos sobra ropa y vamos en manga corta. El suelo está bien para andar, mullido y sin barro. Los olores nos van dando ánimo. Hasta este momento el paraje esconde la vista de los valles y montañas circundantes, pantanos, ríos, valles y sierras.

    Hoya del Conejo

    Logrado el primer pico, nos reconforta las vistas que ofrece y los rayos del sol que nos entonan ante el airecito que pega. Nos nutrimos de frutos secos y entre el reconocimiento de sierras y picos ya visitados y nuevos objetivos, nos sorprendemos con algunos caracoles a nuestro alrededor.

    Y rápidamente activamos el modo serrana para encontrar algunos de ellos que nos alegren nuestros paladares en la posterior caña y, como poseídos, vamos buscando en los lugares más recónditos de las moles de piedra de una cresta ininterrumpida con un cortado impresionante en un lado, al que da el sol, y la ladera cubierta de vegetación a la umbría.

    Vamos descubriendo dónde se esconden, que suelen ir emparejados cuando se mueven, las gotitas de agua que sueltan al despegarlos de las piedras, que huelen a las hierbas que comen y que están mimetizados con el entorno y damos pequeños gritos y exclamaciones o nos llamamos la atención cuando nos dejamos alguno en el camino.

    Hoya del Conejo
    Camino de la Hoya del Conejo el paisaje dibuja imágenes para el recuerdo.

    En fin, un espectáculo, que nos ha producido un intenso placer, y que, aunque seguiremos andando y cresteando, cual mula con antojeras, vamos escudriñando en los agujeros de las piedras, debajo de los espartos y escaneando por celdas con ojos en modo serrana como si de una excavación se tratara. Terminaremos saboreándolos y repartiéndonos algunos de ellos, suficientes para un arrocito en casa.

    Cuatro horas caminando

    Y seguimos avanzando por la cresta, ahora por una plataforma de piedra al lado del acantilado que esconde numerosos abrigos, cuevas y oquedales, a veces decoradas con agujeros y formas parecidas a mocárabes, el terreno es arenisco y la erosión produce estas formaciones. De cuando en cuando el olor a cabra descubre sus abrigos, aunque no las vemos hasta el final de ruta. Con tantas impresiones casi nos pasamos de recorrido, y llevamos casi cuatro horas andando, por lo que tenemos que reconducir la previsión y buscar una alternativa más lineal que nos acerque hasta el coche antes de oscurecerse.

    Hoya del Conejo

    Y en el trayecto encontramos un solitario huevo en un nido en la tierra. O tal vez ha sido puesto aquí, intencionalmente, para sorpresa de algún depredador que se interese por la caza. Los expertos consultados no lo ven claro, pero tampoco lo identifican con las peculiaridades del lugar. Pero tenemos que ir parando para contemplar este espectáculo de la naturaleza, la fortaleza que protege la Hoya del Conejo, ahora iluminada en su cara oeste con un colorido peculiar combinado con conglomerados de nubes de todas las formas y colores.

    Agramón

    Ya de vuelta, en el coche, una cabra nos espera en un saliente para mostrarnos su silueta y tal vez comprobar que nos vamos, o como somos buena gente, despedirnos hasta la próxima. En La Luna de Agramón el camarero nos asa unos cuantos de estos apreciados caracoles y nos cuenta que están regenerándose en estas sierras después del fatídico incendió que casi los extingue; con alguna cosilla más nos vamos cenados, no llenos, pero sí muy satisfechos, tal vez de la tarde pasada. Hemos andado algo más de 8 km, la mayoría campo a través y con un desnivel de 435 metros, altura mínima 450 metros y máxima 807.

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